sábado, 14 de diciembre de 2013

Érase una vez que se era...

1989. Tenía 13 años. Ese año participé por primera vez en una carrera, la de mi barrio de siempre, Canillejas, el Trofeo José Cano. Tengo algún recuerdo de ese día: Salí como alma que lleva el diablo. A los pocos metros me entró flato. El resto de la carrera no pude hacer otra cosa que sufrir, andando la mayoría del tiempo, corriendo sólo los pequeños tramos que el dolor y la falta de aire me permitieron. Así hasta llegar a la recta final. Me olvidé entonces de lo mal que lo estaba pasando y corrí de forma continuada hasta cruzar la meta. Sólo para salvar la honra. Mejor dicho, como en aquel momento pensé: para no hacer el ridículo delante de "tanta gente". No tengo ni idea de la distancia que en total "corrí", pero me pareció una eternidad.

Hace unas semanas, recogiendo algunas cosas del trastero de mi hermano, en una caja de zapatos, encontré la placa conmemorativa de la carrera, junto con otros recuerdos infantiles. Mi primer trofeo carreril. En realidad, mi único trofeo. Ni siquiera se puede considerar eso. Pero me hizo mucha ilusión...
 Aunque nadie lo sabía (ni yo misma), se fraguaba una runner